La historia de la crecida de El Blanquito dejó mucha tela por cortar. Hubo historias que rozaron la tragedia y que hasta hoy en día por la que todos se hacen la misma pregunta: con semejante desastre natural, cómo es posible que no haya fallecido una sola persona. Hubo otras situaciones que dejaron al descubierto la solidaridad de todo un pueblo tucumano. Pero también se pudieron observar situaciones mezquinas como la especulación y la intención de generar miedo sin que existiera una razón lógica para hacerlo.
El valle estaba incomunicado por el episodio registrado el 21 de enero de 1987. Hablar por teléfono era casi una utopía por la enorme demanda (a la que se debe agregar el pésimo servicio) para estar al tanto de lo que estaba ocurriendo. En esos tiempos, entre los veraneantes había una costumbre. Muchos de ellos regresaban a trabajar a la ciudad y dejaban solos a sus familias. Los viernes subían y disfrutaban de un fin de semana y regresaban los domingos por la tarde o el lunes por la mañana muy temprano. Pero en esta oportunidad, la furia de El Blanquito, aunque sea por unos días, también cortó los vínculos familiares. Y de subsistencia, ya que eran ellos los que debían traer, entre otras cosas, el dinero para subsistir durante todos esos días y los alimentos para cocinar. Sólo se compraba lo justo y lo necesario en los comercios de la Villa.
La creciente de El Blanquito: La tragedia de San GuillermoEl aluvión arrastró las esperanzas de muchos. Los sueños de varios fueron llevados por ese telón de agua, lodo, piedras y árboles. Nadie entendía por qué la naturaleza se había ensañado con esa villa. “Si uno ve este tipo de fenómenos en cualquier parte del mundo, se estaría hablando de decenas o centenares de muertos. Pero en este caso no fue así. Creo que tuvo que ver que la gente estaba alertada por la situación vivida dos días antes y porque el aluvión se produjo durante el día”, explicó Osvaldo Merlini, ex funcionario de Tafí del Valle que tuvo una activa participación en la recuperación del cauce de El Blanquito y, fundamentalmente, habitante de toda la vida de la villa.
Los veraneantes y los habitantes de Tafí del Valle y El Mollar vivieron días muy agitados. Iban de susto en susto. No sólo les temían a las tormentas estivales, sino a los insólitos hechos que se sucedían día tras día. Un helicóptero de la ya desaparecida Agua y Energía, al día siguiente de haberse registrado el aluvión, mientras participaba de un operativo de emergencia en la zona de los valles, cayó en una quebrada de 200 metros de profundidad y sus tres ocupantes salvaron milagrosamente la vida, resultando dos de ellos con quebraduras y golpes diversos. El accidente se produjo a la altura de “La Heladera’’ y fueron protagonistas Juan Sirimaldi y Jorge Castro, titulares de DIPOS y de la Dirección Provincial del Agua, respectivamente y el piloto de la nave Carlos Ernesto Orforte, oriundo de Buenos Aires.
“Cerca de las 17 llegó el helicóptero desde la llanura. Se asentó al costado de la ruta; Sirimaldi y Castro me invitaron a subir, no acepté y cuando despegó, a poco de tomar altura se enredaron las paletas con un cable de teléfono que cruza la quebrada y comenzó la caída”, relató el titular de la Dirección Provincial de Vialidad Sergio Scopel en una nota que le hicieron en el lugar del hecho.
Los ocupantes fueron rescatados por los miembros del Club Tucumano de Enduro y Rescate que comenzaba a ser conocido en la provincia por la tarea que realizaban en sus motocicletas. “Cuando llegamos al fondo de la quebrada, después de abrir la senda a machetazos, nos encontramos con la máquina clavada de nariz. Sirimaldi salió caminando, pero el piloto estaba todavía en el interior con Castro. Este último nos pedía por favor que lo dejemos, que se iba a quedar a dormir en el lugar. Tenía una fuerte crisis de nervios”, explicó José Luis Bertinatti, quien participó en las tareas de rescate. “El helicóptero cayó a unos 40 metros del río. Tuvimos que bajar por una ladera muy empinada. Otros cruzaron por el río crecido y por suerte, pudimos salvarlos”, agregó.
En momentos en que eran trasladados hacia la ambulancia, LA GACETA se hallaba en el lugar y se observó que tanto como Castro como Orforte, fueron trasladados en angarillas (camillas rudimentarias) de troncos, muy doloridos, presentaban quebraduras en las piernas y golpes, en el rostro. Sirimaldi podía caminar y sólo había sufrido escoriaciones.
Otro percance
El corte más importante de la ruta 307 se produjo en el kilómetro 37. El arroyo que hoy es conocemos como Las Azucenas, ese pequeño lecho de agua, como ocurrió con El Blanquito, se transformó en un monstruo de agua, piedras y troncos. Su fuerza se llevó el puente que lo cruzaba. Operarios de la de DPV trabajaron intensamente para crear un paso improvisado. Pero las tormentas, que se seguían desatando, no sólo complicaron el trabajo, sino que casi generan una tragedia.
La creciente de El Blanquito: Un monstruo que arrasó con todoEl sábado 24 de enero, dos días después de que se cayera el helicóptero, en ese sector del camino, un maquinista en su afán por abrir un paso, perdió el control de un traxcavator que volcó aprisionándolo. Durante varias horas sus compañeros de trabajo, intentaron rescatarlo. Lo hicieron luego que utilizaran una cuadrilla de sopleteros para desarmar el enorme vehículo. Luego de ser liberado, Guillermo Balderrama, fue trasladado en avión a un sanatorio de la provincia para ser atendido por las múltiples fracturas que sufrió. Hasta el día de hoy nada se sabe cómo siguió la vida de este servidor público.
Más miedo
En esos días, tanto Tafí del Valle como El Mollar estaban prácticamente incomunicados. Sus habitantes permanentes y habituales, como así también los ocasionales visitantes, se enteraron de un rumor que generó momentos de angustia y tensión.
Sin que hasta la actualidad se supieran los motivos, alguien hizo correr un rumor que despertar más angustias. Hicieron correr la versión de que el murallón del dique La Angostura había sufrido un importante daño y que podría ceder en cualquier momento. “La gente se aterrorizó. Pensaba que se haría un nuevo aluvión que arrastraría a todas las casas que estaba en la zona y que además generaría un enorme desastre porque haría desaparecer el camino. Muchos pensaron que no podrían volver nunca más a sus casas”, explicó Aurelio Medina.
Fue tan grande la conmoción que generó ese alocado rumor, que hasta el mismísimo ministro del interior de la época, Miguel Nacul, tuvo que salir a aclarar la situación. “Se trata de un vaciamiento normal por la gran cantidad de agua que recibió. No hay ninguna filtración o cosa por el estilo. Desestimamos la existencia de ese problema porque especialistas ya revisaron todo”, indicó.
Solidaridad y especulación
Según los registros de la época, fueron en total 700 los evacuados por la furia de “El Blanquito”. Los menos se instalaron en las casas de allegados o de parientes. También se refugiaron en el club de Veraneantes y en el monasterio de la villa. Allí pasaron varios días privados de algunos de los elementos indispensables, como por ejemplo, agua, comida y vestimenta. “El aluvión dejó a muchas personas sin nada de nada, sólo con lo puesto”, indicó Mariela Cruz.
“Un grupo decidió abandonar su período de descanso para colaborar en la atención de los numerosos evacuados alojados en el Club de Veraneantes. Juan Martín Lender narró la gravedad de la situación por la que atraviesa la gente en estos momentos, y solicitó una actitud de solidaridad a la sociedad”, publicó LA GACETA en esos días. “Oscar Auad, que dirigía las tareas de recolección de elementos para los mismos damnificados, señaló que las necesidades son enormes, sobre todo en vestimenta, abrigo, comida y medicamentos”, se puede leer en una nota. En medio del caos, se dieron tiempo para organizar una peña y un baile para recaudar fondos.
“El mayor problema era el agua. Como casi no había, no faltaron los pícaros que la escondieron y después las vendían más cara. Siempre hubo, hay y habrá pillos que se encargarán de hacer negocio con las desgracias a los demás”, comentó Juan Carlos Álvarez,
Tras las rejas
Y hubo más, mucho más. El ministro de Gobierno, Educación y Justicia Miguel Ángel Torres le confirmaba a LA GACETA la detención de dos dirigentes gremiales de Tafí del Valle que habían instigado la continuidad de la huelga en medio del desastre que se había apoderado de la villa. “Ese impedimento generó la pérdida de 280 cajas PAN (se trataba de mercadería que el gobierno Nacional otorgaba a las personas con problemas económicos) que hubieran podido ser sacadas en camiones de un depósito que estaba siendo amenazado por las aguas”, señaló el funcionario.
Torres explicó que la ayuda alimentaria se perdió totalmente. “La orden que se le dio a la Policía a intervenir fue para destacar mayor vigilancia en la ciudad, aunque calificó de muy grave la actitud de los que cometieron un delito penado por la ley de defensa civil y que sobre ellos pesaba un pedido de detención firmado por el juez Emilio Gnessi Lippi luego de que la intendenta Marta Elena González realizara una denuncia.
Los gremialistas Humberto Abdulo Alfaro y Jorge Ricardo Ríos fueron trasladados en un avión de la provincia. Llegaron al mediodía del 23 de enero de 1987 al mediodía y fueron interrogados por el juez de feria. La causa fue caratulada como atentado a la libertad de trabajo.
Los denunciados recuperaron la libertad ese mismo día, pero su caso movilizó al gremialismo tucumano. Segundo Bernabé Jiménez, delegado regional de la Confederación General del Trabajo (CGT) se encargó personalmente de conseguir ayuda legal para los delegados e inició una serie de denuncias contra la intendenta González por las supuestas irregularidades que había cometido en su gestión. También destacó que los gremialistas habían levantado la medida de fuerza cuando se dieron cuenta de la gravedad. “Eso consta en las actas. Sólo tienen que revisarla”, indicó. Nunca se supo cómo terminó el expediente que se había abierto y tampoco cuál fue la suerte de la presentación en contra de la funcionaria que, en esos tiempos, estuvo envuelta en una serie de escándalos por actos de corrupción. Han pasado 35 años y pareciera que nada ha cambiado.